En el desarrollo de una intervención artística en el espacio público, el proceso es casi tan importante como el resultado. Conversar con los vecinos y vecinas del barrio donde será emplazada, rescatar su patrimonio histórico, su memoria y tradiciones es el camino hacia una obra con sentido y valor para la comunidad. El proyecto Santiago pinta, colaboración entre la Municipalidad de Santiago y Lira Arte Público, se ha propuesto realizar este ejercicio en diversos sectores de la comuna; la primera estación es el Barrio San Vicente y sus alrededores, que tienen como uno de sus principales epicentros el Club Hípico. Hoy, este recinto luce tres grandes murales desplegados en los 170 metros cuadrados.

Realizados por los artistas urbanos Rodrigo Estoy, Cristóbal Persona y Giova, las temáticas de estas tres obras nacieron a partir de un Taller de Memoria realizado en el barrio, en el que recabaron diversas historias que han ido construyendo su patrimonio y cultura. Así, se determinaron tres ejes de acción: el mundo de la hípica, el impacto que tuvo en la zona la Maestranza San Eugenio y la Empresa de Ferrocarriles del Estado, y la fuerte conexión de los residentes con la Basílica del Perpetuo Socorro.

Olores, sonidos, imágenes y espacios fueron la inspiración de Cristóbal Persona para realizar una obra de trazos realistas que despliega en un relato lineal, que se lee de derecha a izquierda, el ciclo de la hípica: desde la intimidad de los corrales donde los caballos se preparan para la carrera, pasando por el espectáculo hasta el goce de los espectadores ante el triunfo de su jinete escogido. Por su parte, Giova tomó como punto de partida la historia de un barrio forjado en la cultura ferroviaria, que comenzó a morir lentamente luego de la quiebra de Ferrocarriles en dictadura. Con una estética y colores inspirados en las revistas de la primera mitad del siglo XX, en sus imágenes están inmortalizadas escenas de historias que ya no están, como la del Club de Badminton Ferroviario. Por último, Estoy decidió retratar a los personajes que han construido el imaginario cotidiano del barrio, como Salvador, peluquero emblemático, o Elena, fiel integrante de la comunidad que gira en torno a la iglesia. Todos, representantes de un pasado que no puede –y no debe– morir.